Ya no parece que se folle por estas calles,
o al menos eso deduzco
entre el reflejo de luces halógenas
que ha terminado violando la oscuridad
de los recónditos recovecos
donde yo,
con torpeza y ansiedad,
aprendía a amar.
Todo éste mobiliario urbano de diseño
como navaja al cuello de nuestra inocencia.
Todo está lleno de Mercadonas.
Todas estas formas y volúmenes
cuya única finalidad
parece ser confundirme.
Ya no parece que la gente se drogue por estas calles,
ya nadie invita,
todos imitan.
Ahora parece
que salir solo de casa
sea una aventura prescindible,
como si estuviéramos sobrados
de locuras y anhelos,
de pasión y consuelos.
Y lo que más me desconcierta,
es que siempre vuelvo a ti
circunspecto y agrio
como el trabajador de una noche de fin de año.