Me he puesto el vestido de resquicio,
para que no se cierre nunca la puerta.
Y este halo de niño pequeño
saltando entre los charcos,
con el que sujeto mi bolígrafo,
fiel testigo será.
Hay una lluvia que no me moja,
da algún paso junto a mi,
y desiste.
Ni me duelen los huesos,
cuando caigo fugazmente,
en la longitud del Raval,
en los brazos del Papillon.
Estos ruidos que no cesan,
y las noches que acaban,
todo, todo, todo,
como un gran himno;
un silbido espectacular,
retumbando en los tímpanos
de mis actos.
todo es una gran vibracion, los sonidos, los silbidos los aullidos desvariados de esta especie de bestia de la soledadad y la locura que nos persigue.
ResponderEliminarme gusto leerte, me encontre en rincones conocidos
Saludos
Sabina