"Nací para robar rosas de la avenida de la muerte". Charles Bukowski.

lunes, 14 de diciembre de 2009

La competición

He aquí un capítulo de un proyecto que como tantos otros tengo a medias. ¿Algún día acabaré alguno? Lo he titulado, eso, La competición.

Todo el público espera a la entrada. Hay una enorme alfombra roja, que lleva, desde donde me ha dejado la limusina, hasta la entrada. En la entrada hay dos tipos fornidos, impecablemente vestidos. Con traje negro, camisa blanca, y corbata negra. Los zapatos también son negros. Sus rostros son serios. La situación es muy trascendente. Saben que hay millones de telespectadores pendientes de éste momento. Y ellos son muy profesionales. Ningún gesto no escrito en el guión se les va a escapar. Una sonrisa. Un fruncimiento de ceño. Un estornudo. Un pestañeo. Son muy profesionales, y saben muy bien lo que tienen y lo que deben hacer.

Al bajar de la limusina, miro a mi alrededor. Una mirada furtiva. Sin detenerme en ningún rostro. Seco el sudor de mi frente, con el dorso de mi mano derecha. Visto un elegante esmoquin de color azul fuerte, casi negro, visto desde lejos. Camisa azul clara. La corbata, con un nudo que por momentos me deja sin aire, también es del mismo color que el traje. Toso un poco. Doy un paso al frente, y entonces comienzo a fijarme en la gente que tras unas vallas de seguridad, me abuchea, silba, aplaude sarcásticamente. Yo entonces empiezo a sentirme más inseguro aún. Más inseguro que cuando me nominaron. Más inseguro que cuando he salido de casa, con la sonrisa de mis padres y la carcajada de mi hermano mayor a mis espaldas.

Parece ser que ésta noche, voy a ganar algo.

De las primeras personas que reconozco, camino a la entrada, en unos sesenta metros, que se hacen eternos, es a mis primeros compañeros de clase. Al cabrón que siempre me daba patadas, por los pasillos mientras yo huía despavorido de él. Siempre terminaba alcanzándome. A los dos imbéciles que elegían los equipos de fútbol en la hora del recreo. Yo siempre era el último en ser elegido. Eso, cuando me dejaban jugar. Yo era el más torpe. Siempre me decían que fuera a jugar con las niñas. Yo ponía rostro afligido me encogía de hombros, me daba media vuelta y me dirigía a un rincón donde nadie me molestara. Nunca levanté una voz, ni intenté hacerles cambiar de opinión. Asumí perfectamente y con naturalidad mi rol. Tras ellos veo algunos de mis antiguos profesores, tanto de mi época en el colegio como en el instituto. Algunos, mirándome hablan entre ellos al oído. Creo que deben decir algo parecido a, “si el chaval prometía pero quedó estancado”, o algunos incluso “yo ya lo decía desde siempre, desde la primera vez que lo vi, estamos perdiendo el tiempo”. Hay un par de ellos que me miran como con pena. Porque en algún momento de mi educación confiaron en mi. E invirtieron horas de su trabajo en hacerme alguien o algo mejor. Pero luego sacuden sus cabezas, como asumiendo que el esfuerzo fue baldío.

Las previsiones meteorológicas, anuncian lluvias intensas durante toda la noche. Gotas de lluvia del tamaño de mis lágrimas. Lágrimas con el sabor más amargo en la escala de la amargura. ¿Se puede diferenciar entre un sabor amargo, y un sabor más amargo aún?. Sigo caminando, y veo a las chicas de mi vida. Con las que tuve mis primeras experiencias amorosas. Completamente insatisfechas. Siempre habían esperado algo más de mí. Entregado y apasionado en el sexo, pero nulo y frío en la emisión de sentimientos, en el esfuerzo del sacrificio. Tampoco han sido muchas. No le veo a ella. A la que me hizo vivir los noventa y cuatro días más intensos de mi vida. Puede parecer cómico y patético, que todos mis años de vida, lo más bello y grato se reduzca a noventa y cuatro días. De hecho sería cómico y patético, de no ser porque es real. No le habrán invitado. Supongo que allí no hay nadie que venga a otra cosa que no sea humillarme y reirse de mí. Y creo que ella jamás me humillaría y se reiría de mí. Siempre he albergado la esperanza, de que de vez en cuando piense en mí. Que me recuerde como algo grato. Algo, o alguien, que le recuerde momentos mágicos. Situaciones especiales. Esos momentos que hacen que a uno se le humedezcan los ojos. Me consuela saber que no está entre todos esos indeseables. No soportaría verla allí. Me moriría.

Una vez dentro, tras flanquear y saludar tímidamente a los dos tipos fornidos de la entrada. Se extiende ante mi un pasillo completamente oscuro, al final de la cual hay una puerta entreabierta, que va a parar a la sala de actos. Dentro de la misma hay muchos asientos. Ocupados por las mismas personas que segundos antes me abucheaban y humillaban en la calle. ¿Cómo es posible que ya estén sentados antes de mi llegada? Me sacudo y me pellizco, debo estar dentro de un sueño o pesadilla, pero no consigo salir. Así que me dirijo a mi asiento, señalado por decenas de dedos, sin ningún tipo de problema, pues está señalado por un foco. Tomo asiento. A mi izquierda, mi madre, llora mientras sacude la cabeza. Hay vergüenza en su rostro. A mi derecha (no, si tenía que estar a la derecha), mi padre cabizbajo se pregunta que ha hecho él en ésta vida para haber tenido un hijo como yo. Tanto esfuerzo, sacrificio, y trabajo, para ser condenado a una humillación pública de semejante magnitud. Y como no, el cabrón de mi hermano mayor. Con su eterna sonrisa limpia. Le miro a los ojos, él me saluda con sorna. Intento enviarle todo mi odio. Intento decirle con la mirada, que voy a follarme a su novia. Que la voy a reventar por el culo. Que estoy harto de que me lo pongan como ejemplo. Que su asqueroso ejemplo, ha martirizado mi existencia hasta el punto de no desearla, de no amarla, de no quererla, de no valorarla.

Ejemplo 1

- Mira tu hermano – mi padre lo señala con el dedo, y a mi la ensalada se me empieza a atragantar – Empezó en la fábrica de peón, haciendo lo más tirado. Se mató a hacer horas extras. Trabajaba hasta los domingos si era necesario. Si su jefe necesitaba alguien para algún trabajo especial, allí estaba él, voluntario. Si señor. Esfuerzo y sacrificio – estoy harto de escuchar esas palabras, me torturan, martillean mi conciencia – y en dos años, jefe de sección. ¡ Joder ¡ Que sois hermanos. Que algo se te podría haber genéticamente contagiado o traspasado, yo que sé...

Ejemplo 2

Mi madre se lleva las manos a la cabeza. Me despido de Esther. Una vez ella se ha ido entro tras ella en casa. Nos ha sorprendido besándonos en la puerta del ascensor.

- Vaya un pendón... Si ésta es la hija de la frutera. Por el amor de Dios. Y le estabas metiendo la lengua hasta la laringe. Mira como viste... Medio desnuda. Yo no se que amigas te buscas. Pero nos vas a matar a disgustos. Tú padre, cuando se lo diga le da algo... Mira tu hermano (estoy harto de ver a mi hermano, voy a quedarme ciego de tanto mirarlo), con la chica ésta. Alicia. Que ha sacado una de las notas más altas en la selectividad, y va a estudiar Psicología. Una carrera. Tan seria y discreta. Que viste con tanta clase.

Y yo podría contarle un par de cosas a mi madre sobre Alicia, pero no vale la pena. Esther no es más alguien, como yo lo soy para ella, con quien olvidar que estamos solos y saciar el deseo. Refugiarse en el placer. Y si se la han tirado ciento veinte tíos, no me importa ser el ciento veintiuno. Pero es inútil hablar con mi madre de ciertas cosas. De hecho es inútil hablar de nada. Una retirada a tiempo siempre se ha considerado una victoria.

Podría poner muchos más ejemplos. Decido tomar asiento. En mi butaca, hay un tríptico, en el cual se detalla el orden de los acontecimientos. En primer lugar van a poner un vídeo retrospectivo con lo que yo supongo mis momentos más memorables.

Y espero que no pongan imágenes de cuando aprendí a ir en bicicleta. A la tardía edad de siete años. O aprendí a atarme los nudos de las zapatillas. Tremendamente tarde. Y que tampoco pongan, por favor, la primera vez... Ni todas las veces que he llorado, y que me hacen recordar como es posible que aún tenga lágrimas en la recámara. Ni el millón de veces, que tantas personas me han dicho que no servía para nada. Y mis posteriores reacciones, por llamarlas de alguna manera. Ni las ocasiones que en que he decepcionado a alguien. Comenzando por mí mismo. Y sobretodo, espero, que no pongan el ridículo momento en que caí en las garras del amor hacia una mujer. Que cursi, que esperpéntico. Y que no pongan todas las cosas que hicimos y nos dijimos Iris y yo. Porque fueron tan mágicas, tan especiales, y tan tantas cosas, que no sería justo que lo supiera nadie más. Pienso, si realmente hay algo en mi vida, que no me importaría que se hiciera público. O que no sintiera vergüenza ante el resto del mundo, al verlo junto a ellos. Busco. Rebusco. No encuentro.

Las luces se apagan de repente. La gente aplaude. Un hombre, a quien no conozco, sube a la tarima. Se aclara la voz. Es bajo. Encorvado. Pelo canoso. Arrugas por toda la piel. Los ojos apenas se pueden ver. Si se pueden ver las bolsas bajo ellos. Da una sensación de estar sumamente fatigado. Me mira fijamente, y luego me señala con el dedo índice de su mano derecha. Luego, cuando parece que inicia un pequeño sollozo, empieza a sonreir, para acabar soltando una serie de carcajadas estruendosas.

Ese soy yo en la vejez. Cuando se aclara la voz, después de un minuto que se me hace eterno, pues todo el mundo al unísono le ha acompañado, me mira fijamente, y con un tono de voz, bastante débil, comienza a hablarme. Es curioso, pues el tono de voz, pese a ser débil llega hasta mi con total nitidez.

“ El verdadero motivo de todo esto que hoy te rodea, no es aunque pueda parecerlo, el que nos queramos reir de ti. Ni demostrarte lo estúpido que eres. Lo torpe que eres. Lo mediocre que eres. Los grados de estupidez, torpeza y mediocridad que has logrado alcanzar, son tan elevados que constituyen un mérito en lugar de un demérito. Lo que realmente importa ésta noche, es que sepas que no fuiste concebido para lo que se podría pensar. No fuiste al colegio ni al instituto, para saber donde están los ríos. Ni para saber de carrerilla las preposiciones. No se te ha educado ni en el colegio ni en el instituto, ni fuera de ellos para eso. Ni para saber cual era la capital de Jordania, ni Sudán. Ni para conocer al dedillo todos los tiempos verbales. Ni la gramática, ni la sintaxis. Es todo tan obvio que no me creo que no te hayas dado cuenta, y tengamos que hacerte pasar por este mal trago. Porque hemos desistido en creer que vas a darte cuenta por tu propia capacidad de deducción. Ni para estudiar una carrera como derecho o empresariales. Ni para conocer a alguien con quien crear una familia. Ni para tener hijos, y educarlos como tu pensabas que había que educarlos. Ni para que te preguntes todas las cosas que llevas años preguntándote. No has captado todos los mensajes enviados. Ni los de la televisión, los diarios, los de cada acto en principio superfluo que ha acontecido a tu alrededor. Te hemos bombardeado con indicios, con evidencias, y tu has seguido erre que erre, cabizbajo y siguiendo sin enterarte de la película. Tú no has sido educado para otra cosa que no sea competir. Y a fe, que lo has hecho, y lo estás haciendo muy mal”.


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