"Nací para robar rosas de la avenida de la muerte". Charles Bukowski.

domingo, 6 de diciembre de 2009

El sobre

12:00 horas

No es como en las películas. No llueve. De hecho, el cielo viste un azul intenso. Puro y

brillante. Como debería ser siempre.

Todos sudamos. Yo tengo la camisa empapada. Las gafas de sol son indumentaria común en todos los presentes. Algunos niños pequeños, ajenos a la situación y al lugar en el que se encuentran, hacen pequeños amagos de salir corriendo unos tras otros. De jugar. Para eso se es niño, pienso yo. Para jugar. A todo esto, seco el sudor de mi frente con el dorso de la mano. No tengo ganas de llorar, aunque intento concentrarme. Me sobresalto cuando siento la mano de mi madre, apoyarse en mi hombro. Me mira con compasión, como si pudiera haber sido yo.

Entonces me da por observar a los padres de K. Abrazados, sollozando. Intentando evitar reflejar un dolor que les está quemando por dentro. Un dolor, que puedo sentir como les está quitando la vida. Como les arde. Como les corroe. Yo he sentido ese dolor. De otra manera. Pero estoy seguro que lo he sentido. En algún lugar de mi no tan lejana infancia, logro recordarlo. No se concretamente, cuando, pero lo he sentido. Eso me forma un nudo en la garganta. Y me produce náuseas.

Intento imaginarme a K, con esa mirada risueña, el pelo revuelto. La eterna sonrisa dibujada en sus labios. Creo, que ni cuando ingería barbitúricos, dejó de sonreir. Si no, no sería ella. Entonces, me viene a la memoria, su imagen insultantemente infantil ante mi, saltando como una loca, en el concierto de Los Planetas, mientras J cantaba “hoy no, quiero ser yo”. Como, entre canción y canción, venía y me abrazaba, y me gritaba al oido que se lo estaba pasando de muerte. ¡Dios! La palabra muerte sonaba tan dulce y preciosa en su voz... Luego, tras decírmelo y coincidiendo con el inicio de la siguiente canción, me cogía de la mano, y me arrastraba hacia el enjambre de gente, y comenzábamos a enloquecer al son de la distorsión de la guitarra de Florent.

Tengo aquella noche, grabada dentro de mi corazón. Aquella noche fue la primera y única vez que lo hicimos. Desde años atrás, la gente nos emparejaba. Decía que estábamos liados. Que terminaríamos casados. Pero K y yo solo eramos amigos. Muy unidos, sin secretos ella conmigo, y yo con ella. De distinto sexo, pero solo amigos. Esa unión confundía a todos. Y afectaba a las relaciones que teníamos con otros y otras. Mis más allegados, en la universidad, me decían que mentía, que seguro que me la estaba tirando, que no podía ser, que siempre juntos para arriba y para abajo, nunca hubiera pasado nada.

Y yo solo follé con K una vez. Fue después del concierto de Los Planetas. Lo tengo grabado, porque sencillamente, lo llevo en el corazón. Pero no hubo nada más. Porque eramos tan amigos... Nos conocíamos tan bien... Que la cosa nunca habría funcionado.

Una lágrima ha nublado mi visión. No se porque me cuesta llorar. Me ha pasado de siempre. Soy tan asquerosamente insensible...

La gente con la que solía salir K, forma un pequeño corro, algo separado del resto de los presentes. Supongo que deben de hablar, sobre como ha podido pasar. De porque no se han dado cuenta. Las mismas cosas que yo llevo 48 horas pensando. Cosas que K, muy consideradamente me ha dejado escritas dentro de un sobre cerrado, que su madre encontró encima de la mesita de noche de su habitación. Un sobre que me espera allí, y el cual me aterra con su sola presencia, y el cual no tengo ganas de abrir. Como si lo que hubiera dentro fuera una bomba. Algo que estallará dentro de mi conciencia. Que me perseguirá el resto de mi vida. O a lo mejor, es que soy un maldito cobarde. Si, seguro que es eso. No se porque busco tantas explicaciones al hecho de no querer abrir el sobre. He sido un cobarde toda mi vida, y eso no va a cambiar ahora.

Un cobarde. Porque dejé escapar los mejores años de mi vida. Infancia y adolescencia. O los dejé escapar, o dejé que me los robaran. No tuve agallas para defender lo que me pertenecía. Lo que era mío. Dejé que se consumiera ese período de vida, como si fuera una vela en la oscuridad. La vela, mi alma, brillando frágilmente en la oscuridad. La oscuridad, todo aquello de lo que me rodeé. Incoherencia, debilidad y sobretodo un miedo atroz. Un miedo atroz a ser yo mismo. A pensar por mi, y dejarme llevar.

¡Maldito estúpido! Con lo fácil que era. Como lo hacía K. Derrochando felicidad, energía, poniendo el alma, sobretodo el alma, en todo aquello que hacía. Si. Supongo que debería ser yo el que tendría estar tras el nicho. Por estúpido, incoherente, y sobretodo por cobarde.

Acaban de introducir el ataúd dentro del nicho, y la madre de K se ha desmayado, mientras múltiples sollozos retumban alrededor. Es ahora, cuando siento que el corazón se me rompe. Se resquebraja, y comienza a sangrar recuerdos, sueños, y de más. Pero de lágrimas... nada. W viene hacia mi y se abraza. Está completamente destrozada, y llora a mares. Me dice que le sabe muy mal, que tengo que estar sufriendo mucho, y llora aún más. Algunas personas nos miran, y empiezo a sentirme incómodo. En eso viene mi madre, en plan superhéroequevaasalvaralmundo, y nos abraza a los dos. Y me dice al oido que no pasa nada. Que nos desahoguemos. Ya no dice, que K es una desvergonzada, que como puede vestir de esa manera tan poco pudorosa. Ya no dice que es una buscona, una chica muy alocada. Ni dice nada sobre ese “piercing” que K llevaba en el ombligo, y que le repugnaba. Ni siquiera dice eso de que es una oveja descarriada, como me decía mil y una veces. Ahora dice que era muy buena chica, que era tan sensible y educada. Y otras cursilerías que ya no escucho porque me da asco la extremada hipocresía que está sacando a relucir mi madre. Cuando alguien a quien quieres mucho, hace gala de algo que no te gusta mucho, sientes unas náuseas tremendas. Eso me está pasando a mi.

13:09 horas

El salón está lleno. Los padres de K han organizado un pequeño aperitivo, en plan película norteamericana cuando se muere alguien. Yo estoy sentado en un de los sofás junto a W, que no para de llorar, y a G, que lleva quinientas veinte veces que no se lo explica.

La madre de K, ya me ha dejado caer lo de la carta, del sobre, como quien no quiere la cosa, un par de veces. Piensa que voy a leerla en público, para que todo el mundo sepa que le ha pasado a su hija. Lo tiene claro. No se ni si voy a leerla yo...

G, está de los nervios. Está poniendo a caldo al grupo de amigos con los que últimamente se movía K. Los llama snobs, y aprendices de Mario Conde. Capitalistas disfrazados de buenas personas. Le digo a G que afloje, que no deben de ser tan malas personas. Él dice que si. Que son unos engreídos. Que viven en un mundo superficial, regido por el poder del dinero, en el que los sentimientos brillan por su ausencia. Que viven en un universo de improvisación, desbarajuste, y a merced de la frialdad. Ya me había olvidado del discurso anti-burgués de G. Hacía tiempo que no lo soltaba.

Y, sigue, seguro que todo lo que le han inculcado a K, es lo que la ha empujado a suicidarse. El verse rodeada de tanta mierda capitalista. De tanta hipocresía y sentimientos de mentira. Porque ella era tan real y tan auténtica que no ha podido soportar ver tanto estúpido junto, tan contento de ser tan idiota. Esto último lo dice con un tono algo elevado de voz, y le tengo que decir que se contenga. Que no es para tanto. Aunque para mi pienso, que igual tiene algo de razón. Pero darle la razón a G, aunque sea en parte, te hipoteca para el resto de tu vida. Te lo echa en cara día si, día también. Y yo no quiero vivir con eso.

Mi madre, afortunadamente ya se ha ido, no sin recordarme que no llegue tarde, que quiere hablar conmigo. Y yo no es que no quiera hablar con ella. No quiero hablar con nadie. Quiero perderme en la soledad más inmensa, lejos de todo. Con la grata compañía de K y sus recuerdos, Estoy harto hasta de W, que no para de llorar, y de G, y su rostro compungido, como si él fuera el más afectado. Y eso que son mis amigos.

Supongo que cuando uno está tan jodido como lo estoy yo, lo mejor es aislarse. No hablar con nadie. Buscar un clavo al que agarrarse. Pero yo ya no tengo ese clavo. Ese clavo para mi, era K.

K era mi Elodie Bouchez, como me gustaba llamarla. Por su parecido físico, y su calculada inocencia. Es decir, como la inocencia que derrocha en “Los juncos salvajes”. Algunas noches he soñado, que K, al igual que en la película, me decía, no me hagas daño. Y yo le decía que era imposible hacer daño, a una persona tan especial, tan delicada, tan tantas cosas...

Y después de todo esto, sigo pensando que nunca estuve enamorado de ella. La quería con locura. Pero de una manera más paternal. O simplemente la admiraba. La admiraba, porque era todo lo que yo no tuve valor a ser. Supongo que es por eso.

13:26 horas

Huele tan bien, como si no fuera de verdad. Como olía ella.

La habitación de K es un pequeño paraíso, donde uno, solo entrar, se siente en la gloria. Es pequeña y acogedora. La cama hecha, como no. El orden era una de las máximas de K. Los libros perfectamente alineados en un estante de la pared. Les echo un vistazo. La vida es sueño, El guardián entre el centeno, Hijos de Satanás (éste se lo regalé yo), y una decena de clásicos, poesía...

En la pared, sobre la cama, hay colgado un póster de un concierto de las Undershakers, al que fuimos juntos. Entradas de conciertos de Planetas, Lagartija Nick y recortes de prensa de Sonic Youth entre otros. El equipo de música está encendido. Con la función de random activada. Instintivamente, le doy al botón de open. El compacto de Lapido. También se lo regalé yo. Y me aterra la idea, de que una de sus canciones haya sido lo último que escuchó en vida.

Terriblemente cansado y asustado, me siento en la cama. Suspiro hondo. Cierro los ojos e intento concentrarme. Intento ver a K, sonriéndome, con su rostro iluminado, disfrazado a la vez de seguridad e inocencia. Pero nada. Solo soy capaz de verme a mi mismo, tambaleándome entre la incertidumbre de la cual me he rodeado en la vida. Me doy tanto asco... Es entonces cuando veo el sobre. Está justo encima de la mesita de noche. No se como no lo he visto antes. Alargo la mano y lo cojo. Lo tengo entre mis manos, y empiezo a temblar, y a sudar. Escrito con tinta roja, “para H”. Sonrío levemente. K siempre escribía con tinta roja. La de broncas que se llevaba en clase por hacerlo. Siempre quería ser distinta a los demás. Y a fe, que lo conseguía.

13:42 horas

La madre de K, se ha despedido de mi con odio en sus ojos. Supongo que tiene derecho a una explicación. A saber algo de porque su hija ya no está. Pero le he dicho la verdad. Que no he abierto el sobre. Que no he tenido valor. Ella me ha dicho que tranquilo, que ya le diré algo, y se ha puesto a llorar. Luego, cuando se ha calmado, he podido ver ese odio en sus ojos, y además he notado como se sentía visiblemente defraudada por mi. Como tantos otros se han sentido defraudados por mí. He pensado que debería ponerse a la cola. Una cola que encabezo yo mismo.

16:54 horas

Debe ser jodido, pienso una vez estoy en casa, tirado sobre mi cama, y con música de los Cero en mi equipo, defraudarse a uno mismo. Jodido y sumamente difícil de conseguir. Pues bien, no me cabe duda de que yo lo he conseguido. Cualquier cosa positiva, que es difícil de conseguir, obviamente no la consigo. Pero cualquier cosa extremadamente negativa, que es extremadamente difícil de conseguir, no se como, pero siempre la consigo.

Asqueado, me levanto de la cama, y echo una tímida mirada al sobre que he dejado sobre mi escritorio. Todavía sin abrir. Conecto el móvil y escucho un mensaje de B, que dice que si puedo conseguirle quince elefantes blancos para mañana. Para eso estoy yo.

Entorno los ojos, y dejo mi mente en blanco, los altavoces, a través de la voz de Jose Antonio, reflejan los gemidos de mi alma. “He estado solo entre cientos de horas muertas...” Tal vez deba salir a la calle. Tomar unas cervezas con alguien, y hacer ver que no ha pasado nada. O pienso que de un momento a otro voy a abrir los ojos, y me voy a dar cuenta de que todo ha sido un sueño. Como tantos otros. No estaría mal. Lo suyo sería también, que sonara el teléfono, y que la voz de K me dijera de ir al cine y a comer una pizza. Como solíamos hacer todos los jueves.

19:21 horas

He quedado con B, para lo de los elefantes blancos y para que me de algo de cocaína. No me veo capaz de seguir aguantando sin meterme nada. A lo largo de la tarde, mi vida se ha ido cayendo a trozos, cada vez más grandes, hacia un abismo estúpido que yo mismo he creado, y en el que solo quedo por caer yo. Me he hecho cantidad de preguntas que hacía tiempo que no me hacía. He pensado en cosas que hace tiempo no pensaba. Estoy completamente noqueado. Aturdido. Obnubilado. Confuso. Y K, sigue conmigo. Tengo su recuerdo acompañándome en cada uno de los estados en los que me encuentro.

Hago un breve inciso, y vuelvo a la realidad. En la parada del autobús, esperando a que llegue B, contemplo como la tarde comienza a inundarse del ajetreo de las personas que van y vienen. Saliendo del trabajo. De las tiendas. Entonces, analizando todo ese compendio de imágenes que se suceden ante mis ojos, me siento, de la única manera que supongo puedo sentirme. Perdido.

1 comentario:

  1. Felicidades Jose por el estreno, aquí estaremos leyendo como se van curando las heridas del corazón triste o como se van haciendo más profundas...

    Un beso

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