"Nací para robar rosas de la avenida de la muerte". Charles Bukowski.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Las calles adyacentes

Todo son calles adyacentes,
circunvalando,
con mayor o menor intensidad,
este muñón
de ligero aspecto agrio;
de suave hoja perenne.

Por ejemplo,
la respiración calmada
que tras una espalda descansa,
custodiada por mi.
Calles adyacentes son,
las noches que robé
a esa tercera parte de mi vida
que debe ser fiel
al remanso del sueño.
Calle adyacente es,
el beso que no me diste;
el día que no fui;
el hambre que no sacié.

Parecen,
todas éstas calles adyacentes,
una estatua
de fruncido ceño,
y sonrisa de cemento,
que me condena
minuto tras minuto,
a ser eterno arqueólogo
de los versos que escribo.

lunes, 14 de diciembre de 2009

La competición

He aquí un capítulo de un proyecto que como tantos otros tengo a medias. ¿Algún día acabaré alguno? Lo he titulado, eso, La competición.

Todo el público espera a la entrada. Hay una enorme alfombra roja, que lleva, desde donde me ha dejado la limusina, hasta la entrada. En la entrada hay dos tipos fornidos, impecablemente vestidos. Con traje negro, camisa blanca, y corbata negra. Los zapatos también son negros. Sus rostros son serios. La situación es muy trascendente. Saben que hay millones de telespectadores pendientes de éste momento. Y ellos son muy profesionales. Ningún gesto no escrito en el guión se les va a escapar. Una sonrisa. Un fruncimiento de ceño. Un estornudo. Un pestañeo. Son muy profesionales, y saben muy bien lo que tienen y lo que deben hacer.

Al bajar de la limusina, miro a mi alrededor. Una mirada furtiva. Sin detenerme en ningún rostro. Seco el sudor de mi frente, con el dorso de mi mano derecha. Visto un elegante esmoquin de color azul fuerte, casi negro, visto desde lejos. Camisa azul clara. La corbata, con un nudo que por momentos me deja sin aire, también es del mismo color que el traje. Toso un poco. Doy un paso al frente, y entonces comienzo a fijarme en la gente que tras unas vallas de seguridad, me abuchea, silba, aplaude sarcásticamente. Yo entonces empiezo a sentirme más inseguro aún. Más inseguro que cuando me nominaron. Más inseguro que cuando he salido de casa, con la sonrisa de mis padres y la carcajada de mi hermano mayor a mis espaldas.

Parece ser que ésta noche, voy a ganar algo.

De las primeras personas que reconozco, camino a la entrada, en unos sesenta metros, que se hacen eternos, es a mis primeros compañeros de clase. Al cabrón que siempre me daba patadas, por los pasillos mientras yo huía despavorido de él. Siempre terminaba alcanzándome. A los dos imbéciles que elegían los equipos de fútbol en la hora del recreo. Yo siempre era el último en ser elegido. Eso, cuando me dejaban jugar. Yo era el más torpe. Siempre me decían que fuera a jugar con las niñas. Yo ponía rostro afligido me encogía de hombros, me daba media vuelta y me dirigía a un rincón donde nadie me molestara. Nunca levanté una voz, ni intenté hacerles cambiar de opinión. Asumí perfectamente y con naturalidad mi rol. Tras ellos veo algunos de mis antiguos profesores, tanto de mi época en el colegio como en el instituto. Algunos, mirándome hablan entre ellos al oído. Creo que deben decir algo parecido a, “si el chaval prometía pero quedó estancado”, o algunos incluso “yo ya lo decía desde siempre, desde la primera vez que lo vi, estamos perdiendo el tiempo”. Hay un par de ellos que me miran como con pena. Porque en algún momento de mi educación confiaron en mi. E invirtieron horas de su trabajo en hacerme alguien o algo mejor. Pero luego sacuden sus cabezas, como asumiendo que el esfuerzo fue baldío.

Las previsiones meteorológicas, anuncian lluvias intensas durante toda la noche. Gotas de lluvia del tamaño de mis lágrimas. Lágrimas con el sabor más amargo en la escala de la amargura. ¿Se puede diferenciar entre un sabor amargo, y un sabor más amargo aún?. Sigo caminando, y veo a las chicas de mi vida. Con las que tuve mis primeras experiencias amorosas. Completamente insatisfechas. Siempre habían esperado algo más de mí. Entregado y apasionado en el sexo, pero nulo y frío en la emisión de sentimientos, en el esfuerzo del sacrificio. Tampoco han sido muchas. No le veo a ella. A la que me hizo vivir los noventa y cuatro días más intensos de mi vida. Puede parecer cómico y patético, que todos mis años de vida, lo más bello y grato se reduzca a noventa y cuatro días. De hecho sería cómico y patético, de no ser porque es real. No le habrán invitado. Supongo que allí no hay nadie que venga a otra cosa que no sea humillarme y reirse de mí. Y creo que ella jamás me humillaría y se reiría de mí. Siempre he albergado la esperanza, de que de vez en cuando piense en mí. Que me recuerde como algo grato. Algo, o alguien, que le recuerde momentos mágicos. Situaciones especiales. Esos momentos que hacen que a uno se le humedezcan los ojos. Me consuela saber que no está entre todos esos indeseables. No soportaría verla allí. Me moriría.

Una vez dentro, tras flanquear y saludar tímidamente a los dos tipos fornidos de la entrada. Se extiende ante mi un pasillo completamente oscuro, al final de la cual hay una puerta entreabierta, que va a parar a la sala de actos. Dentro de la misma hay muchos asientos. Ocupados por las mismas personas que segundos antes me abucheaban y humillaban en la calle. ¿Cómo es posible que ya estén sentados antes de mi llegada? Me sacudo y me pellizco, debo estar dentro de un sueño o pesadilla, pero no consigo salir. Así que me dirijo a mi asiento, señalado por decenas de dedos, sin ningún tipo de problema, pues está señalado por un foco. Tomo asiento. A mi izquierda, mi madre, llora mientras sacude la cabeza. Hay vergüenza en su rostro. A mi derecha (no, si tenía que estar a la derecha), mi padre cabizbajo se pregunta que ha hecho él en ésta vida para haber tenido un hijo como yo. Tanto esfuerzo, sacrificio, y trabajo, para ser condenado a una humillación pública de semejante magnitud. Y como no, el cabrón de mi hermano mayor. Con su eterna sonrisa limpia. Le miro a los ojos, él me saluda con sorna. Intento enviarle todo mi odio. Intento decirle con la mirada, que voy a follarme a su novia. Que la voy a reventar por el culo. Que estoy harto de que me lo pongan como ejemplo. Que su asqueroso ejemplo, ha martirizado mi existencia hasta el punto de no desearla, de no amarla, de no quererla, de no valorarla.

Ejemplo 1

- Mira tu hermano – mi padre lo señala con el dedo, y a mi la ensalada se me empieza a atragantar – Empezó en la fábrica de peón, haciendo lo más tirado. Se mató a hacer horas extras. Trabajaba hasta los domingos si era necesario. Si su jefe necesitaba alguien para algún trabajo especial, allí estaba él, voluntario. Si señor. Esfuerzo y sacrificio – estoy harto de escuchar esas palabras, me torturan, martillean mi conciencia – y en dos años, jefe de sección. ¡ Joder ¡ Que sois hermanos. Que algo se te podría haber genéticamente contagiado o traspasado, yo que sé...

Ejemplo 2

Mi madre se lleva las manos a la cabeza. Me despido de Esther. Una vez ella se ha ido entro tras ella en casa. Nos ha sorprendido besándonos en la puerta del ascensor.

- Vaya un pendón... Si ésta es la hija de la frutera. Por el amor de Dios. Y le estabas metiendo la lengua hasta la laringe. Mira como viste... Medio desnuda. Yo no se que amigas te buscas. Pero nos vas a matar a disgustos. Tú padre, cuando se lo diga le da algo... Mira tu hermano (estoy harto de ver a mi hermano, voy a quedarme ciego de tanto mirarlo), con la chica ésta. Alicia. Que ha sacado una de las notas más altas en la selectividad, y va a estudiar Psicología. Una carrera. Tan seria y discreta. Que viste con tanta clase.

Y yo podría contarle un par de cosas a mi madre sobre Alicia, pero no vale la pena. Esther no es más alguien, como yo lo soy para ella, con quien olvidar que estamos solos y saciar el deseo. Refugiarse en el placer. Y si se la han tirado ciento veinte tíos, no me importa ser el ciento veintiuno. Pero es inútil hablar con mi madre de ciertas cosas. De hecho es inútil hablar de nada. Una retirada a tiempo siempre se ha considerado una victoria.

Podría poner muchos más ejemplos. Decido tomar asiento. En mi butaca, hay un tríptico, en el cual se detalla el orden de los acontecimientos. En primer lugar van a poner un vídeo retrospectivo con lo que yo supongo mis momentos más memorables.

Y espero que no pongan imágenes de cuando aprendí a ir en bicicleta. A la tardía edad de siete años. O aprendí a atarme los nudos de las zapatillas. Tremendamente tarde. Y que tampoco pongan, por favor, la primera vez... Ni todas las veces que he llorado, y que me hacen recordar como es posible que aún tenga lágrimas en la recámara. Ni el millón de veces, que tantas personas me han dicho que no servía para nada. Y mis posteriores reacciones, por llamarlas de alguna manera. Ni las ocasiones que en que he decepcionado a alguien. Comenzando por mí mismo. Y sobretodo, espero, que no pongan el ridículo momento en que caí en las garras del amor hacia una mujer. Que cursi, que esperpéntico. Y que no pongan todas las cosas que hicimos y nos dijimos Iris y yo. Porque fueron tan mágicas, tan especiales, y tan tantas cosas, que no sería justo que lo supiera nadie más. Pienso, si realmente hay algo en mi vida, que no me importaría que se hiciera público. O que no sintiera vergüenza ante el resto del mundo, al verlo junto a ellos. Busco. Rebusco. No encuentro.

Las luces se apagan de repente. La gente aplaude. Un hombre, a quien no conozco, sube a la tarima. Se aclara la voz. Es bajo. Encorvado. Pelo canoso. Arrugas por toda la piel. Los ojos apenas se pueden ver. Si se pueden ver las bolsas bajo ellos. Da una sensación de estar sumamente fatigado. Me mira fijamente, y luego me señala con el dedo índice de su mano derecha. Luego, cuando parece que inicia un pequeño sollozo, empieza a sonreir, para acabar soltando una serie de carcajadas estruendosas.

Ese soy yo en la vejez. Cuando se aclara la voz, después de un minuto que se me hace eterno, pues todo el mundo al unísono le ha acompañado, me mira fijamente, y con un tono de voz, bastante débil, comienza a hablarme. Es curioso, pues el tono de voz, pese a ser débil llega hasta mi con total nitidez.

“ El verdadero motivo de todo esto que hoy te rodea, no es aunque pueda parecerlo, el que nos queramos reir de ti. Ni demostrarte lo estúpido que eres. Lo torpe que eres. Lo mediocre que eres. Los grados de estupidez, torpeza y mediocridad que has logrado alcanzar, son tan elevados que constituyen un mérito en lugar de un demérito. Lo que realmente importa ésta noche, es que sepas que no fuiste concebido para lo que se podría pensar. No fuiste al colegio ni al instituto, para saber donde están los ríos. Ni para saber de carrerilla las preposiciones. No se te ha educado ni en el colegio ni en el instituto, ni fuera de ellos para eso. Ni para saber cual era la capital de Jordania, ni Sudán. Ni para conocer al dedillo todos los tiempos verbales. Ni la gramática, ni la sintaxis. Es todo tan obvio que no me creo que no te hayas dado cuenta, y tengamos que hacerte pasar por este mal trago. Porque hemos desistido en creer que vas a darte cuenta por tu propia capacidad de deducción. Ni para estudiar una carrera como derecho o empresariales. Ni para conocer a alguien con quien crear una familia. Ni para tener hijos, y educarlos como tu pensabas que había que educarlos. Ni para que te preguntes todas las cosas que llevas años preguntándote. No has captado todos los mensajes enviados. Ni los de la televisión, los diarios, los de cada acto en principio superfluo que ha acontecido a tu alrededor. Te hemos bombardeado con indicios, con evidencias, y tu has seguido erre que erre, cabizbajo y siguiendo sin enterarte de la película. Tú no has sido educado para otra cosa que no sea competir. Y a fe, que lo has hecho, y lo estás haciendo muy mal”.


domingo, 6 de diciembre de 2009

El sobre

12:00 horas

No es como en las películas. No llueve. De hecho, el cielo viste un azul intenso. Puro y

brillante. Como debería ser siempre.

Todos sudamos. Yo tengo la camisa empapada. Las gafas de sol son indumentaria común en todos los presentes. Algunos niños pequeños, ajenos a la situación y al lugar en el que se encuentran, hacen pequeños amagos de salir corriendo unos tras otros. De jugar. Para eso se es niño, pienso yo. Para jugar. A todo esto, seco el sudor de mi frente con el dorso de la mano. No tengo ganas de llorar, aunque intento concentrarme. Me sobresalto cuando siento la mano de mi madre, apoyarse en mi hombro. Me mira con compasión, como si pudiera haber sido yo.

Entonces me da por observar a los padres de K. Abrazados, sollozando. Intentando evitar reflejar un dolor que les está quemando por dentro. Un dolor, que puedo sentir como les está quitando la vida. Como les arde. Como les corroe. Yo he sentido ese dolor. De otra manera. Pero estoy seguro que lo he sentido. En algún lugar de mi no tan lejana infancia, logro recordarlo. No se concretamente, cuando, pero lo he sentido. Eso me forma un nudo en la garganta. Y me produce náuseas.

Intento imaginarme a K, con esa mirada risueña, el pelo revuelto. La eterna sonrisa dibujada en sus labios. Creo, que ni cuando ingería barbitúricos, dejó de sonreir. Si no, no sería ella. Entonces, me viene a la memoria, su imagen insultantemente infantil ante mi, saltando como una loca, en el concierto de Los Planetas, mientras J cantaba “hoy no, quiero ser yo”. Como, entre canción y canción, venía y me abrazaba, y me gritaba al oido que se lo estaba pasando de muerte. ¡Dios! La palabra muerte sonaba tan dulce y preciosa en su voz... Luego, tras decírmelo y coincidiendo con el inicio de la siguiente canción, me cogía de la mano, y me arrastraba hacia el enjambre de gente, y comenzábamos a enloquecer al son de la distorsión de la guitarra de Florent.

Tengo aquella noche, grabada dentro de mi corazón. Aquella noche fue la primera y única vez que lo hicimos. Desde años atrás, la gente nos emparejaba. Decía que estábamos liados. Que terminaríamos casados. Pero K y yo solo eramos amigos. Muy unidos, sin secretos ella conmigo, y yo con ella. De distinto sexo, pero solo amigos. Esa unión confundía a todos. Y afectaba a las relaciones que teníamos con otros y otras. Mis más allegados, en la universidad, me decían que mentía, que seguro que me la estaba tirando, que no podía ser, que siempre juntos para arriba y para abajo, nunca hubiera pasado nada.

Y yo solo follé con K una vez. Fue después del concierto de Los Planetas. Lo tengo grabado, porque sencillamente, lo llevo en el corazón. Pero no hubo nada más. Porque eramos tan amigos... Nos conocíamos tan bien... Que la cosa nunca habría funcionado.

Una lágrima ha nublado mi visión. No se porque me cuesta llorar. Me ha pasado de siempre. Soy tan asquerosamente insensible...

La gente con la que solía salir K, forma un pequeño corro, algo separado del resto de los presentes. Supongo que deben de hablar, sobre como ha podido pasar. De porque no se han dado cuenta. Las mismas cosas que yo llevo 48 horas pensando. Cosas que K, muy consideradamente me ha dejado escritas dentro de un sobre cerrado, que su madre encontró encima de la mesita de noche de su habitación. Un sobre que me espera allí, y el cual me aterra con su sola presencia, y el cual no tengo ganas de abrir. Como si lo que hubiera dentro fuera una bomba. Algo que estallará dentro de mi conciencia. Que me perseguirá el resto de mi vida. O a lo mejor, es que soy un maldito cobarde. Si, seguro que es eso. No se porque busco tantas explicaciones al hecho de no querer abrir el sobre. He sido un cobarde toda mi vida, y eso no va a cambiar ahora.

Un cobarde. Porque dejé escapar los mejores años de mi vida. Infancia y adolescencia. O los dejé escapar, o dejé que me los robaran. No tuve agallas para defender lo que me pertenecía. Lo que era mío. Dejé que se consumiera ese período de vida, como si fuera una vela en la oscuridad. La vela, mi alma, brillando frágilmente en la oscuridad. La oscuridad, todo aquello de lo que me rodeé. Incoherencia, debilidad y sobretodo un miedo atroz. Un miedo atroz a ser yo mismo. A pensar por mi, y dejarme llevar.

¡Maldito estúpido! Con lo fácil que era. Como lo hacía K. Derrochando felicidad, energía, poniendo el alma, sobretodo el alma, en todo aquello que hacía. Si. Supongo que debería ser yo el que tendría estar tras el nicho. Por estúpido, incoherente, y sobretodo por cobarde.

Acaban de introducir el ataúd dentro del nicho, y la madre de K se ha desmayado, mientras múltiples sollozos retumban alrededor. Es ahora, cuando siento que el corazón se me rompe. Se resquebraja, y comienza a sangrar recuerdos, sueños, y de más. Pero de lágrimas... nada. W viene hacia mi y se abraza. Está completamente destrozada, y llora a mares. Me dice que le sabe muy mal, que tengo que estar sufriendo mucho, y llora aún más. Algunas personas nos miran, y empiezo a sentirme incómodo. En eso viene mi madre, en plan superhéroequevaasalvaralmundo, y nos abraza a los dos. Y me dice al oido que no pasa nada. Que nos desahoguemos. Ya no dice, que K es una desvergonzada, que como puede vestir de esa manera tan poco pudorosa. Ya no dice que es una buscona, una chica muy alocada. Ni dice nada sobre ese “piercing” que K llevaba en el ombligo, y que le repugnaba. Ni siquiera dice eso de que es una oveja descarriada, como me decía mil y una veces. Ahora dice que era muy buena chica, que era tan sensible y educada. Y otras cursilerías que ya no escucho porque me da asco la extremada hipocresía que está sacando a relucir mi madre. Cuando alguien a quien quieres mucho, hace gala de algo que no te gusta mucho, sientes unas náuseas tremendas. Eso me está pasando a mi.

13:09 horas

El salón está lleno. Los padres de K han organizado un pequeño aperitivo, en plan película norteamericana cuando se muere alguien. Yo estoy sentado en un de los sofás junto a W, que no para de llorar, y a G, que lleva quinientas veinte veces que no se lo explica.

La madre de K, ya me ha dejado caer lo de la carta, del sobre, como quien no quiere la cosa, un par de veces. Piensa que voy a leerla en público, para que todo el mundo sepa que le ha pasado a su hija. Lo tiene claro. No se ni si voy a leerla yo...

G, está de los nervios. Está poniendo a caldo al grupo de amigos con los que últimamente se movía K. Los llama snobs, y aprendices de Mario Conde. Capitalistas disfrazados de buenas personas. Le digo a G que afloje, que no deben de ser tan malas personas. Él dice que si. Que son unos engreídos. Que viven en un mundo superficial, regido por el poder del dinero, en el que los sentimientos brillan por su ausencia. Que viven en un universo de improvisación, desbarajuste, y a merced de la frialdad. Ya me había olvidado del discurso anti-burgués de G. Hacía tiempo que no lo soltaba.

Y, sigue, seguro que todo lo que le han inculcado a K, es lo que la ha empujado a suicidarse. El verse rodeada de tanta mierda capitalista. De tanta hipocresía y sentimientos de mentira. Porque ella era tan real y tan auténtica que no ha podido soportar ver tanto estúpido junto, tan contento de ser tan idiota. Esto último lo dice con un tono algo elevado de voz, y le tengo que decir que se contenga. Que no es para tanto. Aunque para mi pienso, que igual tiene algo de razón. Pero darle la razón a G, aunque sea en parte, te hipoteca para el resto de tu vida. Te lo echa en cara día si, día también. Y yo no quiero vivir con eso.

Mi madre, afortunadamente ya se ha ido, no sin recordarme que no llegue tarde, que quiere hablar conmigo. Y yo no es que no quiera hablar con ella. No quiero hablar con nadie. Quiero perderme en la soledad más inmensa, lejos de todo. Con la grata compañía de K y sus recuerdos, Estoy harto hasta de W, que no para de llorar, y de G, y su rostro compungido, como si él fuera el más afectado. Y eso que son mis amigos.

Supongo que cuando uno está tan jodido como lo estoy yo, lo mejor es aislarse. No hablar con nadie. Buscar un clavo al que agarrarse. Pero yo ya no tengo ese clavo. Ese clavo para mi, era K.

K era mi Elodie Bouchez, como me gustaba llamarla. Por su parecido físico, y su calculada inocencia. Es decir, como la inocencia que derrocha en “Los juncos salvajes”. Algunas noches he soñado, que K, al igual que en la película, me decía, no me hagas daño. Y yo le decía que era imposible hacer daño, a una persona tan especial, tan delicada, tan tantas cosas...

Y después de todo esto, sigo pensando que nunca estuve enamorado de ella. La quería con locura. Pero de una manera más paternal. O simplemente la admiraba. La admiraba, porque era todo lo que yo no tuve valor a ser. Supongo que es por eso.

13:26 horas

Huele tan bien, como si no fuera de verdad. Como olía ella.

La habitación de K es un pequeño paraíso, donde uno, solo entrar, se siente en la gloria. Es pequeña y acogedora. La cama hecha, como no. El orden era una de las máximas de K. Los libros perfectamente alineados en un estante de la pared. Les echo un vistazo. La vida es sueño, El guardián entre el centeno, Hijos de Satanás (éste se lo regalé yo), y una decena de clásicos, poesía...

En la pared, sobre la cama, hay colgado un póster de un concierto de las Undershakers, al que fuimos juntos. Entradas de conciertos de Planetas, Lagartija Nick y recortes de prensa de Sonic Youth entre otros. El equipo de música está encendido. Con la función de random activada. Instintivamente, le doy al botón de open. El compacto de Lapido. También se lo regalé yo. Y me aterra la idea, de que una de sus canciones haya sido lo último que escuchó en vida.

Terriblemente cansado y asustado, me siento en la cama. Suspiro hondo. Cierro los ojos e intento concentrarme. Intento ver a K, sonriéndome, con su rostro iluminado, disfrazado a la vez de seguridad e inocencia. Pero nada. Solo soy capaz de verme a mi mismo, tambaleándome entre la incertidumbre de la cual me he rodeado en la vida. Me doy tanto asco... Es entonces cuando veo el sobre. Está justo encima de la mesita de noche. No se como no lo he visto antes. Alargo la mano y lo cojo. Lo tengo entre mis manos, y empiezo a temblar, y a sudar. Escrito con tinta roja, “para H”. Sonrío levemente. K siempre escribía con tinta roja. La de broncas que se llevaba en clase por hacerlo. Siempre quería ser distinta a los demás. Y a fe, que lo conseguía.

13:42 horas

La madre de K, se ha despedido de mi con odio en sus ojos. Supongo que tiene derecho a una explicación. A saber algo de porque su hija ya no está. Pero le he dicho la verdad. Que no he abierto el sobre. Que no he tenido valor. Ella me ha dicho que tranquilo, que ya le diré algo, y se ha puesto a llorar. Luego, cuando se ha calmado, he podido ver ese odio en sus ojos, y además he notado como se sentía visiblemente defraudada por mi. Como tantos otros se han sentido defraudados por mí. He pensado que debería ponerse a la cola. Una cola que encabezo yo mismo.

16:54 horas

Debe ser jodido, pienso una vez estoy en casa, tirado sobre mi cama, y con música de los Cero en mi equipo, defraudarse a uno mismo. Jodido y sumamente difícil de conseguir. Pues bien, no me cabe duda de que yo lo he conseguido. Cualquier cosa positiva, que es difícil de conseguir, obviamente no la consigo. Pero cualquier cosa extremadamente negativa, que es extremadamente difícil de conseguir, no se como, pero siempre la consigo.

Asqueado, me levanto de la cama, y echo una tímida mirada al sobre que he dejado sobre mi escritorio. Todavía sin abrir. Conecto el móvil y escucho un mensaje de B, que dice que si puedo conseguirle quince elefantes blancos para mañana. Para eso estoy yo.

Entorno los ojos, y dejo mi mente en blanco, los altavoces, a través de la voz de Jose Antonio, reflejan los gemidos de mi alma. “He estado solo entre cientos de horas muertas...” Tal vez deba salir a la calle. Tomar unas cervezas con alguien, y hacer ver que no ha pasado nada. O pienso que de un momento a otro voy a abrir los ojos, y me voy a dar cuenta de que todo ha sido un sueño. Como tantos otros. No estaría mal. Lo suyo sería también, que sonara el teléfono, y que la voz de K me dijera de ir al cine y a comer una pizza. Como solíamos hacer todos los jueves.

19:21 horas

He quedado con B, para lo de los elefantes blancos y para que me de algo de cocaína. No me veo capaz de seguir aguantando sin meterme nada. A lo largo de la tarde, mi vida se ha ido cayendo a trozos, cada vez más grandes, hacia un abismo estúpido que yo mismo he creado, y en el que solo quedo por caer yo. Me he hecho cantidad de preguntas que hacía tiempo que no me hacía. He pensado en cosas que hace tiempo no pensaba. Estoy completamente noqueado. Aturdido. Obnubilado. Confuso. Y K, sigue conmigo. Tengo su recuerdo acompañándome en cada uno de los estados en los que me encuentro.

Hago un breve inciso, y vuelvo a la realidad. En la parada del autobús, esperando a que llegue B, contemplo como la tarde comienza a inundarse del ajetreo de las personas que van y vienen. Saliendo del trabajo. De las tiendas. Entonces, analizando todo ese compendio de imágenes que se suceden ante mis ojos, me siento, de la única manera que supongo puedo sentirme. Perdido.